La enfermedad conocida comúnmente como fiebre de la montaña es un trastorno que afecta a las personas que se encuentran en altitudes elevadas. Aunque el nombre puede sugerir una infección viral, en realidad se trata de una respuesta fisiológica del cuerpo ante la reducida concentración de oxígeno en la atmósfera a grandes alturas. Este fenómeno puede provocar una variedad de síntomas, desde leves hasta graves, dependiendo del organismo de cada individuo. En este artículo exploraremos en profundidad qué es la fiebre de la montaña, cómo se desarrolla, qué síntomas presenta y qué medidas se pueden tomar para prevenirla y tratarla.
¿Qué es la fiebre de la montaña?
La fiebre de la montaña, también llamada acortadamente fiebre de altura, no es una enfermedad en el sentido tradicional, sino una reacción del organismo al cambiar de una zona de baja altitud a otra de alta. Cuando una persona sube a una región elevada, el contenido de oxígeno en el aire disminuye, lo que dificulta que el cuerpo obtenga suficiente oxígeno para funcionar correctamente. Esto puede provocar una serie de síntomas similares a los de la gripe, como dolor de cabeza, náuseas, fatiga, insomnio e incluso fiebre, de ahí su nombre.
Un dato interesante es que la fiebre de la montaña fue documentada por primera vez por médicos británicos en el siglo XIX durante las expediciones al Himalaya. En ese momento, se pensaba que era una enfermedad infecciosa, pero con el tiempo se descubrió que estaba relacionada con el entorno de altitud. Esta enfermedad afecta tanto a turistas como a alpinistas, y su gravedad depende en gran medida de la rapidez con que se suba a la altura y del estado físico previo del individuo.
Cómo reacciona el cuerpo a la altitud elevada
Cuando el cuerpo se expone a una altitud elevada, la presión atmosférica disminuye, lo que reduce la cantidad de oxígeno disponible en cada respiración. El organismo intenta compensar esta deficiencia aumentando la frecuencia respiratoria y la producción de glóbulos rojos. Sin embargo, este proceso puede llevar varios días, y durante este periodo, muchas personas experimentan síntomas de la fiebre de la montaña. El cerebro, al no recibir suficiente oxígeno, puede inflamarse ligeramente, lo que causa dolores de cabeza y alteraciones del estado mental.
Además, el corazón debe trabajar con más intensidad para bombear sangre oxigenada a todo el cuerpo, lo que puede provocar palpitaciones y fatiga. Los riñones también se ven afectados, incrementando la producción de orina, lo que puede llevar a deshidratación, un factor que agravará aún más los síntomas. Es por esto que el descanso y la hidratación son fundamentales al llegar a una zona de montaña.
Diferencias entre la fiebre de la montaña y la enfermedad por altitud aguda
Es importante aclarar que la fiebre de la montaña y la enfermedad por altitud aguda (EAA) son condiciones distintas, aunque estén relacionadas. La EAA es una forma más grave y avanzada de la fiebre de la montaña, que puede incluir síntomas como dificultad extrema para respirar, tos con sangre, confusión y edema pulmonar. Mientras que la fiebre de la montaña puede mejorar con el descenso o el descanso, la EAA requiere intervención médica inmediata. A menudo, la EAA se desarrolla cuando una persona sube muy rápido a una altitud elevada sin darle tiempo al cuerpo para aclimataarse.
Ejemplos de síntomas comunes en la fiebre de la montaña
Los síntomas de la fiebre de la montaña pueden variar de persona a persona, pero los más comunes incluyen:
- Dolor de cabeza intenso
- Náuseas y vómitos
- Dolor abdominal
- Dolor muscular
- Dificultad para dormir
- Fiebre leve a moderada
- Mareos y falta de apetito
En casos más severos, pueden aparecer síntomas como confusión, visión borrosa, tos con sangre o dificultad para respirar. Por ejemplo, una persona que asciende rápidamente a los 3,000 metros puede comenzar a experimentar estos síntomas dentro de las primeras horas. Si no se toman medidas, como descender a una altitud más baja o descansar, los síntomas pueden empeorar y convertirse en una situación peligrosa.
Concepto de la aclimatación y su importancia
La clave para prevenir la fiebre de la montaña es la aclimatación. Este proceso consiste en permitir que el cuerpo se adapte gradualmente a la altitud. En lugar de subir rápidamente, se recomienda ascender poco a poco, permitiendo al organismo tiempo suficiente para ajustarse. Por ejemplo, se sugiere no subir más de 300 a 500 metros por día una vez que se superan los 3,000 metros de altitud. Además, es fundamental descansar durante al menos un día en cada nivel de altitud antes de seguir subiendo.
La aclimatación también implica mantenerse hidratado, evitar el consumo de alcohol y alimentos pesados, y no forzar el cuerpo con actividad física intensa al llegar a una nueva altura. El uso de medicamentos como el acetazolamida (Diamox) también puede ayudar a acelerar el proceso de adaptación, aunque siempre bajo la supervisión de un médico.
5 síntomas que no debes ignorar al subir a la montaña
Aunque la fiebre de la montaña puede ser leve, existen síntomas que no deben tomarse a la ligera. Estos incluyen:
- Dolor de cabeza persistente – uno de los primeros síntomas y, a menudo, el más común.
- Dificultad para respirar – puede indicar que el cuerpo no está recibiendo suficiente oxígeno.
- Náuseas y vómitos – frecuentes en personas que suben rápidamente.
- Confusión o irritabilidad – señal de que el cerebro no está recibiendo suficiente oxígeno.
- Edema en las extremidades – puede ser un signo de edema cerebral o pulmonar, situaciones de emergencia.
Si experimentas cualquiera de estos síntomas y no mejoran con el descanso, es fundamental bajar a una altitud más baja lo antes posible y buscar atención médica.
Cómo se transmite y qué factores la favorecen
La fiebre de la montaña no se contagia como una enfermedad común, ya que no es causada por virus ni bacterias. En cambio, se debe a la exposición repentina o prolongada a una altitud elevada. Sin embargo, ciertos factores pueden aumentar la probabilidad de desarrollarla. Entre ellos, destacan:
- Ascender muy rápido sin dar tiempo al cuerpo para aclimataarse.
- Realizar ejercicio intenso al llegar a una nueva altura.
- Tener un historial previo de enfermedad por altitud.
- Tener una condición médica subyacente, como problemas cardíacos o respiratorios.
- Fumar o consumir alcohol, que pueden empeorar los síntomas.
Por ejemplo, una persona que sube directamente a los 4,000 metros sin pasar por altitudes intermedias es mucho más propensa a sufrir síntomas graves. Por eso, los expertos recomiendan siempre hacer una escalada gradual y permitir al cuerpo tiempo suficiente para adaptarse.
¿Para qué sirve identificar la fiebre de la montaña?
Identificar los síntomas de la fiebre de la montaña es crucial para prevenir complicaciones más graves. Conocer los signos tempranos permite tomar medidas como descender a una altitud más baja, descansar o, en su defecto, consultar a un médico. Además, la identificación temprana ayuda a evitar que la condición progrese a una enfermedad por altitud aguda o incluso a la encefalopatía por altitud, que puede ser mortal si no se trata.
Por ejemplo, si un grupo de escaladores nota que uno de ellos tiene un dolor de cabeza severo, dificultad para respirar y náuseas, deben considerar descender inmediatamente, ya que estos síntomas pueden indicar que la condición se está agravando. En turismo, la identificación también permite a los guías tomar decisiones informadas sobre el itinerario y la seguridad del grupo.
Síntomas y causas de la fiebre de la montaña
La fiebre de la montaña tiene una única causa: la exposición a una altitud elevada. Sin embargo, no es igual para todos. Las personas que suben rápidamente o que no se acostumbran a la altitud son más propensas a sufrirla. Entre los síntomas más comunes, además de los ya mencionados, se incluyen:
- Insomnio
- Dolor abdominal
- Dolor de pecho
- Visión borrosa
- Sensación de picazón en la piel
También puede haber síntomas más sutiles, como irritabilidad o pérdida de apetito. Es importante destacar que la fiebre de la montaña no es una enfermedad infecciosa, por lo que no se puede contagiar. Su tratamiento no implica antibióticos, sino descanso, descenso y, en algunos casos, medicamentos específicos.
Cómo se diagnostica la fiebre de la montaña
El diagnóstico de la fiebre de la montaña se basa principalmente en los síntomas presentados y en la historia reciente de la persona, especialmente si ha estado en una zona de alta altitud. No existe un test médico específico para esta condición, por lo que los médicos recurren a criterios clínicos. Por ejemplo, si una persona presenta dolor de cabeza, náuseas y dificultad para respirar tras subir a una montaña, se puede sospechar de la fiebre de la montaña.
En ambientes médicos, se puede medir la saturación de oxígeno en sangre con un oxímetro de pulso, lo cual ayuda a confirmar si hay una deficiencia de oxígeno. Si los síntomas persisten o empeoran, se puede realizar una evaluación neurológica para descartar complicaciones como edema cerebral. El diagnóstico es clave para iniciar un tratamiento adecuado.
Significado de la fiebre de la montaña
La fiebre de la montaña no es solo un trastorno temporal, sino una señal de que el cuerpo no está adaptándose bien a la altitud. Su significado va más allá de los síntomas, ya que indica que el organismo está luchando por obtener oxígeno suficiente. Esta condición puede afectar a cualquier persona, incluso a los deportistas más preparados, lo que subraya la importancia de no subestimarla.
En términos médicos, la fiebre de la montaña es una alerta temprana de que el cuerpo está bajo estrés por la falta de oxígeno. Si no se atiende, puede evolucionar a formas más graves, como la enfermedad por altitud aguda, que puede ser peligrosa para la vida. Por eso, entender su significado y actuar con rapidez es fundamental para garantizar la seguridad de quienes se aventuran a altitudes elevadas.
¿De dónde viene el nombre fiebre de la montaña?
El nombre fiebre de la montaña puede resultar confuso, ya que no se trata de una fiebre producida por una infección, sino por una reacción del cuerpo al entorno de altitud. La palabra fiebre en este contexto se refiere a uno de los síntomas más comunes: el aumento de temperatura corporal, que puede acompañar a otros síntomas como el dolor de cabeza y las náuseas. Este nombre se ha mantenido históricamente como una forma de describir de manera sencilla una condición que, en su momento, se confundía con enfermedades infecciosas.
El término se popularizó especialmente entre los viajeros y exploradores que ascendían a altitudes elevadas en busca de aventura o investigación científica. Aunque hoy se conoce con mayor precisión como una reacción fisiológica al oxígeno reducido, el nombre sigue siendo ampliamente utilizado en guías de turismo y en la literatura médica.
Otros nombres y formas de llamar a la fiebre de la montaña
La fiebre de la montaña también es conocida con otros nombres, dependiendo del lugar o el contexto. Algunas de las denominaciones más comunes incluyen:
- Altitude sickness (en inglés)
- Mal de montaña (en muchos países de habla hispana)
- Síndrome de altitud
- Fiebre de altura
En la literatura médica, se suele referir a la condición como síndrome de altitud aguda (SAA), que es el nombre técnico para describirla en contextos científicos. Aunque estos términos pueden parecer distintos, todos se refieren a la misma condición: una respuesta del cuerpo a la falta de oxígeno en altitudes elevadas.
¿Cómo se diferencia de otras enfermedades de la altitud?
Es fundamental diferenciar la fiebre de la montaña de otras afecciones relacionadas con la altitud. Por ejemplo, la edema pulmonar por altitud (EPA) y la edema cerebral por altitud (EBA) son formas más graves que pueden desarrollarse si no se trata la fiebre de la montaña. La EPA se caracteriza por dificultad extrema para respirar, tos con sangre y fatiga extrema, mientras que la EBA puede provocar confusión, visión borrosa y pérdida de equilibrio.
Otra condición distinta es la anemia por altitud, que ocurre cuando el cuerpo no produce suficientes glóbulos rojos para transportar oxígeno. A diferencia de la fiebre de la montaña, esta afección puede desarrollarse incluso después de semanas o meses en altitud. Conocer estas diferencias es esencial para recibir el tratamiento adecuado en cada caso.
Cómo usar el término fiebre de la montaña y ejemplos de uso
El término fiebre de la montaña se utiliza comúnmente en contextos médicos, de turismo y de aventura. Por ejemplo, un médico podría decir: Es importante que el paciente que subió a los 4,000 metros y presenta fiebre leve, dolor de cabeza y náuseas sea evaluado por fiebre de la montaña.
También se usa en guías de viaje, como en esta frase: Si planeas visitar el Machu Picchu, ten en cuenta que la fiebre de la montaña es común en los primeros días. Lleva medicamentos preventivos y no subas demasiado rápido.
En el ámbito de la literatura, se podría encontrar: La fiebre de la montaña no es una enfermedad grave, pero sí una señal de que el cuerpo necesita tiempo para adaptarse.
Cómo se trata la fiebre de la montaña
El tratamiento principal para la fiebre de la montaña es el descenso a una altitud más baja. Esto permite al cuerpo recuperar el equilibrio y obtener más oxígeno. Además, se recomienda descansar y mantener una buena hidratación. En algunos casos, el médico puede recetar medicamentos como el acetazolamida (Diamox), que ayuda a acelerar la aclimatación, o el dexametasona, para reducir la inflamación cerebral.
Otras medidas incluyen evitar el alcohol, no realizar actividad física intensa y consumir alimentos ligeros. Si los síntomas persisten o empeoran, es fundamental buscar atención médica de inmediato, ya que pueden indicar una evolución a una forma más grave de la enfermedad por altitud.
Prevención de la fiebre de la montaña
Prevenir la fiebre de la montaña es esencial para quienes planean viajar a altitudes elevadas. Algunas de las medidas más efectivas incluyen:
- Subir de forma gradual, permitiendo al cuerpo tiempo para aclimataarse.
- Descansar al menos un día en cada nivel de altitud antes de seguir ascendiendo.
- Mantenerse bien hidratado, ya que la deshidratación empeora los síntomas.
- Evitar el consumo de alcohol y alimentos pesados.
- Usar medicamentos preventivos, como el acetazolamida, si se tiene un historial de enfermedad por altitud.
- Llevar un kit de primeros auxilios y oxígeno suplementario.
Por ejemplo, antes de una expedición al Himalaya, los alpinistas suelen pasar varios días en Cuzco o La Paz para adaptarse a la altitud. Esta estrategia ha demostrado ser muy efectiva para reducir el riesgo de desarrollar síntomas de la fiebre de la montaña.
Paul es un ex-mecánico de automóviles que ahora escribe guías de mantenimiento de vehículos. Ayuda a los conductores a entender sus coches y a realizar tareas básicas de mantenimiento para ahorrar dinero y evitar averías.
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